No todo lo que podemos mirar (Diego L. García)

No todo cabe en el recorte de una mirada. ¿Y en la narración de esa mirada? ¿Qué elegimos mirar y no mirar al decir y no decir? El poema ha sido el medio expresivo de la mirada por excelencia. Claro, la fotografía y el cine después… ¿pero no son desprendimientos del poema en algún sentido? Mirar, mirarnos en los pliegues de las cosas y de los hechos, de la existencia y de la imaginación. Constatar lo que falta antes de lo que está. Saber por allí una salida, un espacio de invención. Algo que decir todavía; aun cuando la realidad parece manifiesta ante nuestras herramientas. ¿Qué nos queda del Poder Creador? ¿Qué artistas tributo de dios podemos ser en este bar en esta noche perdida entre infinitas partículas galácticas?

Hay un poema de Marie Howe que me gusta mucho, titulado “Lo que hacen los vivos” (cito los primeros versos en traducción propia). Ya en ese título condensa todo, ¿será justamente escribir lo que hacen los vivos? Cuando pienso en escribir, pienso en mirar; pienso en el relato de una mirada, en su textualización.

Johnny, hace días que la pileta de la cocina está tapada, algo debe haberse caído por ahí.

Y el Drano no funciona, huele peligroso, y los platos sucios se han apilado

a la espera del plomero que no todavía no llamé. De esas cosas hablábamos.

Es hermosa la manera en que Howe apila los hechos sencillos y las migajas de los fenómenos cotidianos que nos acompañan con sus formas de Johnny, pileta, cocina, Drano (una marca de limpiadores de desagüe), plomero, teléfono, esas cosas; nuestras cosas, las cosas de nuestra mirada. No hay flores creciendo en el jardín bajo el crepitar de Belenus. No (solo) porque no le interesa al Ojo sino porque lo no mirado es también un signo. Se mira desde, no hay ingenuidad posible en ello. La textualización de Howe es un movimiento, un recorrido visual por lo que sucede. Por eso es tarea, excluyentemente, de lxs vivxs.

Dependiendo de ese desde, podemos decir que hay trampas. Jugué con eso en unos poemas hace un tiempo. Las trampas son para quien cree que el poema de Howe puede escribirlo cualquiera y dice “Johnny, hace días que mis zapatillas están sucias, algo debo haber pisado. Y el jabón no sirve…”, se ríe, y se va a tomar una cerveza. ¿Qué no es relleno? Eso lo abordaré en otro episodio, pero sobre esa materia contenida bajo la mirada, cómo pensar en un valor en términos de consumo. Ahí está una de las claves y de las trampas. La mirada-consumidora busca un rédito por cada captura, ya sea el relax o la excitación.

Si la mirada de Howe no es consumidora, ¿qué busca? Busca un tejido que pueda ser mirado nuevamente, sin que nadie espere nada de ello. Y al mismo tiempo, desde esa ajenidad de la Expectativa (ese Club que nos convoca con insistencia), se accede a una recompensa de vínculos libres del automatismo del Ojo oficial. Para re-mirar, hay que perder en primer lugar la centralidad del yo decodificador. Aceptar el papel de quien interrumpe el circuito, ser la interferencia (porque el poema por sí solo no interfiere nada si no hay lectura).

¿Puede que el poema esté apuntando en una dirección concreta y yo-lector esté superponiendo las palabras de mi lectura con oídos sordos? Esa tensión, con mayor o menor grado, está en toda aproximación al poema pero veamos qué ocurrió con la cita de Howe. En primer lugar fragmenté el texto y descoloqué una parte para aumentar el contraste de unas líneas que resultaran en apariencia el paneo de una mirada sencilla sobre lo inmediato; el poema sigue y ese inicio casual contrapesa luego con el deseo como indagación, agregando una tercera instancia que tiene que ver con el amor en una configuración muy particular de ágape reflexivo (yo-dios capaz de decir y decidir decir; búsquenlo, vale la pena). En segundo lugar, así como la pileta de la cocina sigue tapada y nadie hace nada, el texto-del-poema está ahí y no hay lectura alguna si nadie hace nada. Todo poema es una poética en el fondo. La suciedad y la persistencia son elementos recurrentes en la escritura de Marie Howe. No se puede abordar la poesía con textos sueltos, leyendo un poema de manera aislada, sin comprender al menos una parte más amplia de ese organismo.

Otra cosa que me interesa de ese poema es la expresión “De esas cosas hablábamos” (“This is the everyday we spoke of”). Esa era nuestra conversación diaria, o De esas cuestiones cotidianas hablábamos, o De esas pequeñas cosas hablábamos. Bueno, las traducciones pueden ajustarse hacia el ángulo que se considere, pero en todos los casos notamos que la poeta deja una marca de desprendimiento, de que nada importante había en esas conversaciones. Sin embargo, entendemos que lo hace con ironía cuando llegamos al final del poema, rebotamos y regresamos a esta primera escena. El peso de la expresión está en we spoke of. Porque es lo que hacen los vivos, sobre todo. La conversación es la única realidad en el poema de Howe. Alguien dice que… y somos parte de ese intercambio. Entonces, si volvemos al tema de la mirada, cabe preguntarnos ¿se mira o se dice que se mira? Ahí estaría la diferencia con la fotografía, ¿no? Mientras que en el cine las dos cosas suceden. Pero ¿qué implica para la poesía decir que se mira? Es comprender qué aspecto de la lengua hace a la materia del poema. No bastaría con decir sencillamente que la literatura está hecha de lenguaje y no de realidades materiales, pues no explicaría demasiado ya que desde la superficie esto es fácilmente presumible. El asunto es que la lengua en el poema aparece en un aspecto no-comunicativo, cercano a esa vieja idea de la función poética, a la que le agregaría lo disfuncional y lo antifuncional como posibilidades de manifestación al mismo tiempo.

Podríamos citar innumerables poemas para pensar estas cuestiones. Pero sumándole más complejidad al asunto, vamos con este de Anahí Mallol del libro Una ciudad (2016); tomo unos fragmentos:

me imaginaba / que podría caminar / por todas partes sin miedo y / sin perderme que la ciudad estaría ahí / con una respuesta pronta / para aplacar cada deseo que surgiera / que la ciudad se desplegaría ante / mis ojos mis manos mis piernas / como un libro troquelado

(…)

mía esta ciudad / tan mía que quisiera / irme a un lugar / donde nadie me conozca donde nadie / hable mi lengua / para volver a / creer amar cuidar confiar construir / habitar una ciudad pero / esta sí / que permanezca / si hay dios / para siempre / extranjera.   

No es la mirada sobre la ciudad la cuestión, que sí se despliega durante la primera mitad del poema, sino la tensión entre la ciudad dicha, la que se quiere decir y la que se quiere dejar de decir. A ello se suma un problema más, ya clásico: la extranjeridad del/la poeta. Crear la propia ciudad para ser una extranjera. Habitarla (amarla, cuidarla) pero sin la forma de un libro troquelado, sin el deseo que se dice una y otra vez (y que por eso no es más que deseo). Una ciudad diferente, un cuerpo diferente. Vivir en interferencia con la lengua, en permanente alerta, a una distancia considerable entre lo que se mira y lo que puede decirse. Un camino con la posibilidad de perderse ingenuamente por no saber decir. Una ciudad para leer mal, leer con la libertad de quien a medias adivina y a medias reconoce. Ser una extraña para sí. Pero si lo pensamos un poco, si nos detenemos antes de salir en busca de Tebas y su Esfinge, ¿no es la poesía esa ciudad tan mía? Escribió Darío, “mía: rosas, llamas”. Una ciudad “mía hasta la muerte”, donde ser y no ser, donde las contradicciones no rindan cuentas.

Poder hablar de esas cosas. Mirar que se está hablando de cosas cotidianas. Decir que se está mirando mientras se habla de cosas cotidianas. Rosas y llamas, todo es posible en la lengua del asombro.

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Diego L. García nació en Berazategui, Buenos Aires, en 1983. Es Profesor en Letras, por la Universidad Nacional de La Plata. Escribe crítica y poesía. Entre sus libros figuran Fin del enigma (Ediber, 2011), Esa trampa de ver (Añosluz, 2016), Una voz hervida (Jámpster e-books, 2017, Chile), Una cuestión de diseño (Barnacle, 2018), (Fotografías) (Zindo & Gafuri, 2018; Liliputienses, 2020, España) y Las calles nevadas (Barnacle, 2020). Forma parte de la antología de poesía latinoamericana País imaginario: escrituras y transtextos 1980-1992 (Ay del Seis, 2018, Madrid). Se publicó en Bolivia una selección de su obra titulada Modo Arcade (Electrodependiente, 2019). Colabora en diversas revistas con reseñas, traducciones y artículos críticos.

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