Una brisa sutil le rozó el hombro
al detenerse frente a los sangrientos tapices
en el preciso momento
que buscaba al culpable de semejante masacre.
Miró a su alrededor.
Se oyó el grito que emanaban
los textiles
goteando un rojo desteñido.
Celebraron con algarabía.
Turistas insensibles
ciegos ante el suplicio.
Vuelve el roce que ahora distingue:
esplendorosa crin del unicornio
antes de sucumbir.
Evita aceras atestadas de sillas plegables
y jugadores de dominó empedernidos.
Va en busca de un jardín
y al encuentro del cardenal que pertenece a la poeta.
Árboles que todavía no logra llamar
por sus nombres
escuchan sus conversaciones.
Las ramas se convierten en coristas
de piernas largas
y uniformes añil
cantando al unísono.
Un segundo sin ruido de bocinas
se convierte en monje
predica con sus versos
salpicando al exhibicionismo
que atolondra.
Asesinan con la destreza
de un respiro.
Son una plaga incapaz
de detenerse a recoger el papel extraviado
o la cerveza
que alguien dejó de florero en un banco.
Aplastan las florecillas silvestres
porque no saben sus nombres.
Gritan igual al pájaro
cuando el niño le lanza un flechazo.
Se han convertido en plaga infernal.
Expertos asesinos en serie.
Marilyn in Manhattan…
Atrás han quedado los agitadores
de tiempos pasados.
Ha venido a buscar versos
y relatos de fantasmas
en la turbulenta adolescencia.
Son demasiados los Milton Greene
que han intentado moldearlo.
No es barro.
Es portador de susurros
templo de conversaciones
maleta que esconde la raíz
de la rubia que ha sido
y del sobreviviente.
La hora difícil ha dejado de ser
la madrugada
y el constante conversar
de espíritus.
Ha sido relevada por
la agonía de la hora
del almuerzo entre semana.
De doce a una inventa
quehaceres con su soledad.
Sin apetito camina las calles
en busca de un lugar idóneo
para esconderse
aunque la comida sea pésima
y eleve su azúcar
a niveles exorbitantes.
Ha ido refugiándose
en lo habitual:
un McDonald’s
en una estrecha mesa
entre dos argentinas
quejándose de la ensalada
y una mujer que mientras masticaba
las venenosas papas fritas
contaba por teléfono:
“tengo Lupus”.
Buscó otro sitio
intentó sentarse en los bancos
de una iglesia
pero un cartel anunciaba
su cierre por falta
de presupuesto.
Se ha convertido en obsesión
sentirse adecuado
masticar las veces necesarias
y regresar a su prisión
diseñada por su antojo
de Corporate America.
No ha vuelto al Dunkin’ Donuts
y sus mesas sucias
con residuos de otros solitarios.
Tampoco ha querido regresar
al negocio de la esquina
porque sabe que el lox
sería una tentación
pero no respira entre tanto
joven con zapato puntiagudo.
Quizá su destino
se encuentre en la oscuridad
del pub irlandés
su menú diario de cinco dólares
y la sombra que lo acompaña
en su mesa designada
para un comensal.
del libro Los días de Ellwood (Nueva York Poetry Press, 2018)
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Manuel Adrián López nació en Morón, Cuba (1969). Poeta y narrador. Su obra ha sido publicada en varias revistas literarias de España, Estados Unidos y Latinoamérica. Tiene publicado los libros: Yo, el arquero aquel (Poesía. Editorial Velámenes, 2011), Room at the Top (Cuentos en inglés. Eriginal Books, 2013), Los poetas nunca pecan demasiado (Poesía. Editorial Betania, 2013. Medalla de Oro en los Florida Book Awards 2013), El barro se subleva (Cuentos. Ediciones Baquiana, 2014), Temporada para suicidios (Cuentos. Eriginal Books, 2015), Muestrario de un vidente (Poesía. Proyecto Editorial La Chifurnia, 2016), Fragmentos de un deceso/El revés en el espejo, libro en conjunto con el poeta ecuatoriano David Sánchez Santillán para la colección Dos Alas (El Ángel Editor, 2017), El arte de perder/The Art of Losing (Poesía Bilingüe, Eriginal Books, 2017) y El hombre incompleto (Poesía, Dos Orillas, 2017).
Excelente selección. Muchas gracias.
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